A medida que Google se ha apresurado a incorporar la inteligencia artificial (IA) a sus productos principales —a veces con resultados menos que estelares—, se ha ido gestando un problema entre bastidores: los sistemas necesarios para alimentar sus herramientas de IA aumentaron enormemente las emisiones de gases de efecto invernadero de la empresa.
Los sistemas de IA necesitan muchas computadoras para funcionar. Los centros de datos necesarios para hacerlos funcionar —básicamente almacenes repletos de potentes equipos informáticos— absorben toneladas de energía para procesar los datos y gestionar el calor que producen todas esas computadoras.
El resultado final ha sido que las emisiones de gases de efecto invernadero de Google se dispararon un 48% desde 2019, según el informe medioambiental anual del gigante tecnológico.
La empresa culpó de ese crecimiento principalmente al «aumento del consumo de energía de los centros de datos y las emisiones de la cadena de suministro».